En una reciente tarde de sábado, Elisa Madrid y Oscar Hinojos se sentaron en una mesa del centro comunitario de Redford. Completan un árbol genealógico escrito a mano.
"Tuvieron dos hijos: Macario y Celestino, ¿me equivoco?". pregunta Madrid. "¿O tuvieron más?".
"Tuvieron más", dice Hinojos. "Son Macario, Celestino y Amelio, que acabaron mudándose a Midland".
Como muchas de las más de 50 personas en esta habitación, Madrid e Hinojos son parientes, pero hasta hoy no se conocían. Aún no han desentrañado exactamente cuál es su relación familiar.
"Mi abuelo y el abuelo tuyo, prims segundos", dice Elisa, trazando con el dedo sus cuidadosas notas. "Luego tu padre y mi padre, primos terceros. Lo que nos deja a ti y a mí..."
"Primos cuartos", dice Hinojos.
Se pusieron en contacto a través de un grupo de Facebook para descendientes de los fundadores de Redford. Y tras meses de intercambiar fotos e historias sobre sus antepasados, docenas de los miembros de ese grupo se reunieron para este acontecimiento: un reencuentro de parientes perdidos hace tiempo en la frontera.
Para Madrid, eso significó conducir 20 minutos por la carretera desde Presidio. Para Hinojos, significó un viaje de cuatro horas desde Midland. Para otros, como su prima Diana Madrid Muller, que vive en Maryland, fue un viaje más dramático: unas 30 horas en coche.
"Mi esposo decidió que podía conducir toda la noche, así que condujimos toda la noche y no paramos hasta Fort Stockton", cuenta Muller.
La ocasión es un aniversario: en 1872, hace poco más de 150 años, el Estado concedió tierras a 22 personas, entre ellas el tatarabuelo de Elisa Madrid.
La familia de Elisa Madrid fue propietaria del terreno en el que estamos sentados, y ella fue a la escuela en este mismo edificio. Afuera, le muestra a Hinojos los límites de la parcela.
"Nuestra propiedad va desde la esquina de esa valla metálica hasta el río", dice señalando.
En los años 60 y 70, cuando Madrid crecía, Redford era una pequeña pero vibrante comunidad agrícola. Madrid trabajaba empaquetando melones y cebollas en verano. Desde entonces, la economía agrícola local se ha agotado y muchos de sus habitantes se han trasladado a lugares con un servicio de telefonía móvil constante, atención médica más cercana y más puestos de trabajo. Pero algunos descendientes de los primeros terratenientes siguen aquí.
Elisa señala la casa donde vive su madre.
"Wao", dice Hinojos. Aunque ha pasado por aquí a menudo cuando visita a su familia en el cementerio de Lajitas, es la primera vez que se detiene en Redford.
Hoy también se trata de recordar una historia mucho más antigua que las concesiones de tierras. Muchas de las familias reunidas estaban aquí mucho antes de la década de 1870. La familia de Bill Acosta es una de ellas. Él es miembro inscrito de la Nación Jumano, y su antepasado tuvo que presentar una reclamación al gobierno por la tierra en la que nació.
"A la familia le dieron 160 acres en lo que ahora es Redford, que entonces era El Polvo", cuenta Acosta.
Es la historia más profunda, la de El Polvo, la que ha centrado gran parte del acto de hoy. Por la mañana, una serie de conferencias describieron los indicios de los asentamientos en la zona hace unos 800 años, y cómo una banda de apaches lipanes estableció aquí su hogar mucho antes de que se fundara Redford.
A la hora de comer se mezclaron las tradiciones y culturas que han dado forma a la comunidad. Becky Sánchez y su familia, que viven en Redford, han preparado una comida a base de frijoles charros, arroz mexicano, ensalada de pasta, asado y guacamole, además de tortillas de harina caseras.
Una prima de California ha enviado semillas de un tipo especial de melón originario de El Polvo, asociado al pueblo jumano de la zona. Espera que los lugareños puedan plantarlas en la ciudad.
Y Arian Velázquez-Ornelas, residente en Presidio, está repartiendo carne molida de búfalo del Texas Tribal Buffalo Project, un esfuerzo por conectar a los descendientes de apaches lipanes de todo el estado con su herencia.
"Esto es lo que comían sus antepasados en su época", explica Velázquez-Ornelas.
Para Celina Acosta, que vino desde Indiana, este tipo de esfuerzo supone una gran diferencia.
"Quiero aprender más sobre mis antepasados, quiero honrarlos. Quiero asegurarme de que no sean olvidados", dice. "Porque mueres dos veces, una cuando mueres. Y la segunda, cuando nadie te recuerda, nadie pronuncia tu nombre".
Después de comer, todos nos dirigimos a recorrer la ciudad. Primero nos deteuvimos en una antigua iglesia junto al río.
"Se puede ver que el cedro salado está a este lado del río Grande, ¿qué son, cien yardas o algo así?", dice Óscar Rodríguez.
Mirando a través del agua, Rodríguez puede ver la pequeña comunidad mexicana de El Mulato, donde creció.
"¿Ves esa cadena de montañas? Justo en medio está este cañón. Y así, durante mucho tiempo, esta fue una zona de vadeo, esto era como un paso", dice. "Una de las muchas maneras de cruzar el Río Grande en lo que más tarde se convirtió en los Senderos de la Guerra Comanche, así llamados".
Rodríguez fue uno de los oradores de esa mañana. Para él, el día es un recordatorio de lo unida que estaba esta zona, antes de que el lento río entre El Mulato y El Polvo se convirtiera en una frontera estrictamente vigilada.
Durante cientos de años, dice, esta zona fue una encrucijada cultural, parte de una vasta red de comercio y migración.
"¿Y qué me dicen de eso? En este lugar adormecido que, de otro modo, la gente olvidaría", dice. "El agua está retrocediendo, creo que la población que hay aquí probablemente disminuirá con el cambio climático, etcétera. Y su historia no se va a contar más que este tipo de cosas".
Vuelve a mirar a la gente que se arremolina alrededor de la iglesia. "¿Ven cuánto se ha renovado en su tradición familiar por haber venido aquí? Espero que sí".
Para Celina Acosta, sin duda es así.
"Es un sueño hecho realidad. Para mí es como un sueño hecho realidad", dice, y se ríe. "Mis amigos van de vacaciones a Hawai, a Costa Rica y a Florida. Yo voy a Terlingua, Presidio y Alpine, Big Bend".
Y se marcha con un compromiso renovado con el legado de sus antepasados Polvo: "Sólo busco mantener viva su historia".
Pronto, el grupo se dirigirá al cementerio para presentar sus respetos - pero antes, todos se reúnen para una foto, entrecerrando los ojos bajo el sol.
La iglesia que hay detrás de ellos es ahora un AirBnB, cuyos huéspedes más frecuentes son turistas de la zona. Pero esta foto de grupo, grande y sonriente, que pronto estará por todo Facebook, es un bonito recuerdo. En una región cada vez más orientada a los recién llegados, éste sigue siendo el hogar de aquellos cuyas raíces se hunden en el polvo.